Dime lo que quieres.

Y el gran problema es que no sé qué es lo que tú quieres, es más, me atrevería a decir que ni tú mismo sabes lo que quieres. Todo sería más simple si supiéramos. Yo podría darte lo que tú deseas, sin cuestionarme todas las posibles consecuencias cada vez que voy a mandarte un estúpido mensaje de texto o cuando, simplemente, tengo ganas de besarte en plena calle. Pero no sé qué es lo que tú buscas: cuando me acerco demasiado, te asustas. Cuando me alejo un poco, te decepcionas. 

Dime qué es lo que debo hacer. Dímelo y yo me aferraré a ello, evitando desvariar, evitando falsas ilusiones, evitando darle alas a mi corazón para volar y que termine roto en mil pedazos.